Por Enric Ribera Gabandé
En uno de mis últimos encuentros con Ferran Adrià, que fue en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona con motivo de la presentación de la ‘Fàbrica de menjar solidari’ organizada por el ‘Casal dels Infants’, tuve la oportunidad de hablar con el gran maestro de la gastronomía mundial, recordando sus inicios en el mítico restaurante de Cala Montjoi, elBulli. Tengo fresca la memoria de la comida que realicé un día del mes de octubre de 1984, de regreso de un viaje que llevé a cabo en Alsacia con el amigo y entonces director de la revista ‘Comer y Beber’, Jaime Beltran, del cual, dicho sea de paso, aprendí junto a él mucho de este sector en el que ando vinculado después hace 46 años.
Nos encontramos en la comida de bautismo de Adrià al frente de elBulli, después de que Jean-Louis Neichel cediera el testimonio de la cocina a éste por entonces aprendiz de chef, que empezaba a pintar los platos gastronómicos con colores estridentes y cuyas creaciones iban destinadas a marcar una nueva y revolucionaria línea en los fogones de la Sra. Marqueta, oriunda de Alemania, que un buen día de la década de los años 80, de vacaciones por la costa gerundense, se enamoró de este bello rincón de Rosas y lo adquirió posteriormente para abrir un merendero que bautizó con el nombre de su perro de compañía, Bulli, ofreciendo ensaladas y carnes a la brasa.
Jaime, Juan, Pilar, Sóle y yo, después de esta comida en elBulli se nos quedó una cara de tontos que no podíamos con ella. No teníamos palabras para definir lo que Ferran presentó en la mesa. De lo abundantes que se acostumbravan a servír los platos en aquélla época se pasó en un pis pas en diminutos y no entendibles bocados destinados a saborear los contrastes de colores y sabores, sin ser abundantes, cosa, que por contra, sí era habitual en nuestro país.
Fue sorprendente el ágape, pero, a priori, dejaba un espacio abierto al progreso en este incierto y fértil campo que ya desde entonces empezaba a sembrar el joven de Hospitalet de Llobregat.
Beltrán y yo, después de este encuentro gastronómico bulliniano, seguíamos de cerca su evolución, con el punto de vista puesto en sus incansables creaciones que desarrollaba, paso a paso. Primero, llegó el caviar de melón. Después, los humos, los aires, la tortilla de patatas líquida, las deconstrucciones, la nanotecnología.
De esto y de la evolución de vértigo que vivió elBulli desde entonces de la mano de su socio de toda la vida (hasta su fallecimiento en julio de 2015), Juli Soler, fue cosechando un rosario de éxitos, premios, reconocimientos y proyectos que le han catapultado como el indiscutible chef del siglo XXI, y uno de los más prolíficos creadores de todos los tiempos a nivel mundial
Fuente; Revista Excelencias Gourmet